Hotel Mozart, un paseo por el centro de Valladolid

Con las restricciones al tráfico en los centros turísticos de las ciudades, una plaza de garaje cotiza al alza para el común de los viajeros motorizados. Esa es la ventaja superlativa de este hotel en buenos aires de Valladolid que evoca al compositor de La flauta mágica. Por 9,90 euros al día se puede llegar en coche hasta el mismísimo cogollo urbano, dejarlo a buen recaudo del hotel en capital federal y salir caminando hacia el parque Campo Grande y la Plaza Mayor sin preocuparse del tique de la ORA.

Esa fue la visión del industrial Daniel Vaquero Calvo cuando, tres décadas atrás, decidió aprovechar la fachada de una residencia burguesa de 1872 para adosarle un establecimiento hotelero de categoría media conforme a la estética kitsch de los años ochenta. El arquitecto Numeriano Riñón tuvo que lidiar con las restricciones impuestas por un edificio catalogado, tanto en la determinación de sus cuatro plantas como en la ambientación decimonónica de los interiores, que persisten hoy con el dorado bruñido de sus pilares y carpinterías, el panelado en madera de sus muros y la exigencia minimalista de sus habitaciones. Especialmente tras la última reforma, acontecida hace pocos meses y que ha dotado al espacio de una luminosidad que nunca mereció el inmueble.Habitación del hotel Mozart, Valladolid.

Se agradece aquí que no haya bufé de desayuno. Abierta a la calle con una terraza muy concurrida en verano, la cafetería del Mozart sustancia por las mañanas un desayuno etiquetado como continental, que tampoco es para un máster en innovación. Fuera de horas, la oferta se completa con una muestra de pinchos y guisos caseros.

Tanto el personal de cafetería como el de recepción atiende con mucha amabilidad, y por eso muchos viajantes hospedados en el hotel se suman a la oferta gastronómica.

Detrás de los focos verticales que subrayan los tonos cremosos de la fachada, los dormitorios azucaran los sueños con una ropa de cama suave y unas toallas de algodón aún sin desgastar. Ahí, sin adornos que detestar, ni ovejas que contar, la noche preludia un buen descanso. Y un aviso para perezosos: a las habitaciones abuhardilladas no llega el ascensor.

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